domingo, 16 de mayo de 2010

DE VISITA AL PUEBLO DE ROZAS EN EL VALLE DE SOBA, PROVINCIA DE SANTANDER, CANTABRIA, ESPAÑA, CUNA DE LOS ORTIZ DE ROZAS DE ARGENTINA.

Por Ángel Campo López.

Es conocida por muchos cántabros la belleza singular e intacta del Valle de Soba, el más extenso de nuestra región; pero pocos pueden imaginar la importancia que dentro del mismo tiene el pueblo de Rozas. Ubicado en un enclave escarpado, dentro de un relieve accidentado, como todo su alrededor, atesora este ancestral pueblo, una magnífica geografía y un rico pasado histórico, que lo distingue del resto de los que componen el entorno del que forma parte.


Al acercarnos, transitando la ruta N-629, procedentes de la Autovía del Cantábrico ( A-8), a la altura de la Cueva de Covalanas, dejando atrás la Villa de Ramales de la Victoria y al inicio del Puerto de Los Tornos, tomamos un camino a la derecha (CA-256) para entrar al valle, por una carretera de montaña de traza muy firme, cuidada y bien señalizada, con una impresionante concentración de curvas muy pronunciadas; talladas en una masa rocosa y calcárea de aspecto colosal, de lo que antaño fuera un camino de herradura o senda para el ganado, pero que supone un acceso natural al amparo del Río Gándara; curso fluvial que cruzamos a través de un estrecho puente de piedra girando a la derecha en la localidad de Casatablas para tomar la ruta (CA-669) A partir de allí, comenzamos a transitar un camino ascendente durante algo más de 3 Km. La subida es impresionante, con continuos tornos y gran estrechez en la calzada recientemente reparada; lo más aconsejable es mantener la marcha en segunda velocidad y rezar para que no transite en descenso otro vehículo y tener que dilucidar como cruzarse con él; eso sí, aconsejamos sin dudar, poner la primera velocidad en las curvas, donde al salir de ellas parece que se va a tocar el cielo; es preferible no mirar para abajo. En cuanto al descenso, mejor no contarlo, solo hacerlo con cuidado y disfrutando la belleza que nos circunda.


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En lo alto emerge el pueblo de Rozas con sus praderías de verde intenso, sus ricos pastos bien soleados abierto a los vientos que ofrecen magníficos contrastes de luz. Que cuadro más agreste ¡Cuanta belleza¡ El pueblo tiene como actividad principal la ganadería de montaña, (vacuno y lanar) y ostenta sus callejas hormigonadas y estriadas, para que no patinen los vehículos, y de tanto en tanto manchas de estiércol quedan como muestra del trasiego frecuente de los animales, grabando así, un sello inequívoco a una de las estampas más típicas de antaño, que evoca el pasado de nuestra vieja y querida Montañas de Burgos.


Dentro de ese marco tan singular, esculpido entre tanta diversidad, con una naturaleza agreste y montaraz que abriga a los dos núcleos urbanos del pueblo, dispersos entre sí; se caracteriza una belleza arquitectónica propia de casas con balcón y solana, tan típicas de nuestra tierra cántabra; con sus tapias, piedras de sillería y escudos de armas; que evocan ancestrales linajes y pasadas grandezas. Hay en el pueblo una buena cantidad de casas antiguas con esquinales trabajados en perfecta geometría, pórticos y piedras talladas con escudos heráldicos familiares. La mayor parte de ellas bien conservadas o restauradas, unas pocas se hallan en ruinas o en vías de desaparición; con las piedras derrumbadas como mudos testigos del transcurso del tiempo; tal es el caso de la antiquísima Torre de Trueba, propiedad de Bartolomé Ortiz de Rozas y García de Villasuso, bautizado en Rozas el 4 de noviembre de 1689, Regidor de Rozas, Diputado y Procurador General del Valle de Soba en 1714, bisabuelo del Brigadier General Juan Manuel Ortiz de Rozas, que gobernó la Argentina durante más de veinte años.


Decir que el pueblo impresiona es poco, me animo a afirmar que llega a embrujar, por la carga histórica que conmueve y emociona; por la rudeza de las huellas causadas por el inexorable paso del tiempo y por el arduo trabajo y la dificultad de sus pobladores que, a diario, desempeñan sus labores en busca de su sustento. No es difícil imaginar a Rozas en los siglos XVI, XVII y XVIII, prestos sus pobladores a dar al Rey, sus hijos hidalgos, bravos guerreros y audaces aventureros; dispuestos siempre a servir con lealtad, arrojo y diligencia en todas aquellas empresas y encomiendas que, por aquel entonces, emprendía el Reino de España.

Hoy muchas cosas han cambiado, pero allí está el pueblo: con sus casonas, sus ruinas; sus viejos nogales, espléndidos cerezos, ricos manzanos y el esplendor de robles y castaños, donde se posan águilas y halcones y en cuyo bosque viven zorros, lobos, ciervos y corzos, en cuya cima podemos apreciar la interesante Iglesia de San Miguel Arcángel, construida en el Siglo XV, con su altar mayor, plateresco al estilo burgales de mediados del Siglo XVI y la escultura yacente de Pedro Ezquerra de Rozas.


Hay algunas casonas que se destacan del resto, como por ejemplo el solar natal del Conde de Poblaciones Domingo Ortiz de Rozas -Caballero del Hábito de Santiago, Gobernador y Capitán General del Río de la Plata en 1745, Capitán General de Chile en 1746, Teniente General de los Reales Ejércitos en 1747 y fundador de ciudades- y el de los Ezquerra de Rozas, junto a varios otros predios que muestran la importancia de este pueblo.

Lugar a recomendar para todos aquéllos interesados en la arquitectura, historia y naturaleza salvaje y para los que buscan lo auténtico. Seguramente no lo han de olvidar.

Este cálido relato de viaje al pueblo de Rozas, sito en la bendita tierra cántabra donde se encuentran la mayoría de nuestras raíces, fue escrito por un dilecto amigo, paisano de Caranceja, que se ha empeñado en ayudarme en todas mis investigaciones y que está recorriendo nuestros lugares originarios para que todos podamos saber como llegar si tenemos la dicha de viajar a España o caso contrario brindarnos la posibilidad de conocerlos a través de su pluma y sus fotografías. Vaya en este corolario todo mi agradecimiento y de la familia García-Mansilla de Argentina.

Fotografías: Angel Campo López. Abril de 2010

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