viernes, 30 de julio de 2010

La Princesa Federal. Vida de Manuelita Rosas.

Con más de 25.000 ejemplares distribuidos en la Argentina en distintas ediciones "La princesa Federal", de la escritora María Rosa Lojo, que recrea la vida de Manuela de Rosas vuelve a publicarse en Buenos Aires y será traducida al italiano y presentada en la próxima Feria del Libro de Frankfurt.

El libro salió por primera vez en 1998 y tuvo muchas impresiones, esta es la sexta y se va a publicar en Italia, en el marco del programa de traducciones de Cofra (Comité Organizador de la presencia argentina en la Feria de Frankfurt).

"La idea fue recuperar la figura de Manuela de Rosas como sujeto en todos sus matices, pensarla desde adentro. Hay una asignatura pendiente en la literatura argentina que es justamente dar cuenta de la interioridad de las mujeres. Son pocos los que han buceado en personajes femeninos", consideró la autora ante Télam.

"Lo que le da una profundidad particular a este personaje -apuntó- es la multiplicidad de miradas que convergen sobre ella: por un lado la mirada de Pedro de Angelis (que fuera el periodista de Juan Manuel de Rosas) a través de un diario apócrifo. Y la de Gabriel Victorica -un personaje de ficción-, intrigado por el misterio de esta anciana sabia y cínica".

Para Lojo, uno de los objetivos del libro -publicado por la editorial El Ateneo- es mostrar a Manuela no como un apéndice de Rosas: "Siempre hemos tenido una visión pobre, muy achatada de las mujeres de la historia, como si hubieran sido solamente hijas de esposas de amantes de y como si nada valieran por si mismas".

"Y a ella le tocó un papel excepcional -opinó-, ser una especie de primera dama extraoficial, porque Rosas no era presidente sino el representante de la Confederación Argentina, el gobernador más poderoso, sin dudas".

Manuela tuvo muchas funciones: "mediadora entre su padre y el pueblo; se relacionó de una manera fluida con los representantes de los gobiernos extranjeros, y hasta ocasionó el enamoramiento de alguno como el caso de lord Howden que le propuso matrimonio, estaba totalmente embelesado con ella".

Las mujeres entonces, resaltó Lojo, "tenían muy poca educación formal, Manuela se tuvo que hacer a sí misma seguramente con la ayuda de consejeros y maestros, por eso si bien no esta documentado, imagino ese tipo de relación con De Angelis -en la novela Manuela le pide consejo- es algo que pudo haber sucedido".

Lojo leyó mucho sobre Rosas, sobre Manuela, "que no hay tanta bibliografía, y sobre Pedro de Angelis: hay un libro fundamental de Josefa Sabor, una bibliotecóloga, que estudió a De Angelis como coleccionista de libros. También gracias a él se publicó una fabulosa colección de obras y documentos sobre el Río de la Plata".

Otro aspecto importante para la autora es el encuentro de Manuela con el poder público, "no en el ámbito privado donde era usual que las mujeres influenciaran, pero en ese escaparate social que ella tuvo se ven las capacidades femeninas generales para el poder".

El personaje de Victorica "está ahí para connotar las transformaciones de la época, es el descendiente ficticio de dos personajes reales: Bernardo y Benjamín Victorica, este último casado con una hija de Urquiza (José de), vencedor de Rosas, y futuro ministro de Guerra de (Julio) Roca. Significa el reciclaje de la clase política, la instauración de un nuevo orden".

Su hijo ficticio, hombre de pensamiento en la novela, "se pregunta qué dejó esta transformación, qué hubo de cierto en esos estereotipos que vendieron unitarios y federales, hombres de otra generación", explica Lojo.

Máximo Terrero, marido de Manuela, "no tuvo una actuación en primer plano en el horizonte político. Fue el secretario de Rosas.

Y tuvo el coraje suficiente para dejarse opacar. Dejar que ella brille y esperarla. Y cuando no hubo ningún pretexto político que debiera cumplir ella decidió casarse".

"Una cosa que me interesó destacar -señaló Lojo- es Manuela como sujeto político, no sólo como la buena hija que hace las cosas porque se las pide su padre, sino una mujer con conciencia política que cumple con su deber mientras está en el poder. Y sigue sintiéndose comprometida aun en el exilio: le da a Adolfo Saldías los papeles, el archivo de Rosas".

La novela, traducida al italiano, va a ser presentada en la próxima Feria del Libro de Frankfurt, donde nuestro país será invitado de honor, junto a otros libros que entraron en el Programa Sur, de traducciones de obras argentinas a distintos idiomas.

"Y se va a llamar `Il diario segreto de Piero Di Angelis` porque no lo conocen, se fue muy joven de Nápoles y se convirtió en el gran archivero argentino", explicó Lojo.

FUENTE: Agencia Telam, entrevista a la escritora María Rosa Lojo autora de la novela.

sábado, 17 de julio de 2010

EL WALHALLA ARGENTINO

Por Maximiliano Gregorio-Cernadas

Según la fantasía mitológica de los antiguos germanos, las almas de los guerreros caídos gloriosamente en combate eran conducidas por las valkirias hasta la fortaleza de Walhalla, una versión septentrional del olimpo griego.

Siglos después, el rey bávaro Ludwig I plasmó la idea de aquel sitio mítico en un lugar concreto y construyó, en 1842, un imponente templo neoclásico inspirado en el Partenón de Atenas, emplazado en la cima de una colina con vistas impresionantes sobre el valle del Danubio.

Templo de Walhalla, inaugurado el 18 de octubre de 1842.

El recinto, decorado con lujosos materiales, fue destinado a funcionar como una suerte de "salón de la fama" y albergaba bustos y placas que recordaban a las grandes personalidades de la "cultura pangermana", en el más laxo y caprichoso sentido de la expresión, incluyendo reyes ingleses, pintores flamencos y músicos austríacos, con remotos vínculos alemanes.

Interior del Templo de Walhalla.

Como ya estará adivinando el lector, el "templo" ofrece a los extranjeros no impresionables un aire de irrealidad, de criterios conceptuales extravagantes y una estética tan pueril como la mayoría de las desmesuradas construcciones que encomendó más tarde su hijo, Ludwig II, el trastornado rey bávaro responsable del castillo en el que se inspiró Walt Disney y que fue destronado por insano. Para el resto de los visitantes, el sitio podría parecer sagrado.

Castillo de Neuschwanstein en Baviera.

En cualquier caso, en este artículo no se trata más que de constatar que algunos pueblos no se imponen límites demasiado rigurosos al difundir su historia ante el gran público. Algo similar ocurre en países como Francia o Inglaterra, paradigmas de cómo construir historias gloriosas para consumo mundial, aun a partir de sucesos truculentos. De lo que no cabe duda es de que, más allá de la rigurosidad que pueda hallarse en ambientes académicos, la imagen popular que las artes y los medios reproducen en esos países está casi siempre basada en el respeto, la dignidad y la exaltación de los actores históricos. Una versión de la autoestima.

Por el contrario, en la Argentina del último medio siglo se han venido desarrollando dos procesos nefastos respecto de la mirada popular sobre la historia. Por un lado, la sanguinaria e irresuelta disputa de revisionistas versus academicistas se extendió sin freno e impidió una mirada serena, madura e inteligente de nuestro pasado.

Esta polémica alimentó desde la violencia civil hasta exaltaciones mesiánicas del tipo del "Altar de la Patria".



El segundo y más reciente cáncer de la historia de los argentinos es la amplia difusión que se está imponiendo de una suerte de anti Walhalla, del que ningún personaje histórico escapa. Una banalización suicida de nuestra historia, demorada en ruindades, y que conduce inexorablemente a una visión pesimista de nosotros mismos, asumida con resignación por la gente que poco o nada ha leído en serio sobre el tema.

El hecho es que seguimos discutiendo sobre Rosas, Roca, Perón, Eva y el Che, como si nada hubiéramos aprendido sobre el tema y continuáramos siendo eternos adolescentes exaltados y parricidas de los años 70. A ello se ha sumado ahora que, a pesar de que el Walhalla argentino contiene nombres insuperables en el nivel mundial en sus especialidades -San Martín, Alberdi, Saavedra Lamas, Houssay, Ginastera, Leloir, Milstein, Pérez Esquivel, Borges y Piazzolla, amén de los nombrados, entre una larga lista-, proliferan advenedizos diletantes de la historia, expertos en "descubrir" -como ya lo profetizó Discépolo- los peores aspectos de cualquier prócer argentino.

César Milstein (1927-2002).
Premio Nobel de Medicina (1984).

Las causas de estos males son claras: la anteposición de los intereses ideológicos, el lucro (jamás escapan del formato best seller ) y de la eterna vanidad humana, por sobre la verdad histórica, la mesura, la sensatez y la madurez intelectual.

Hoy, cualquier escritorzuelo o seudointelectual es capaz de clavar la más artera de las puñaladas a figuras del tamaño de San Martín o Borges, con tal de ganarse un mínimo espacio en el mundo (invitaciones internacionales, micrófonos, líneas en la prensa; en fin, los conocidos cinco minutos de gloria), especialmente si se lo recita con aire de intelectual, frente a extranjeros que no saben de qué se habla, pero que están dispuestos a gozar del desconcertante espectáculo que brindan algunos argentinos cuando, al intentar salvarse denigrando a sus compatriotas, no hacen más que devorarse a sí mismos.

Como en este momento la sociedad argentina, y en especial sus jóvenes, reclaman a gritos modelos y conductas ejemplares, y eso es escaso en nuestro presente, se torna cada vez más acuciante la necesidad de recurrir a los muertos para buscar la luz que los oriente entre tanta oscuridad, producto de la droga, la violencia, la desocupación, la marginalidad y la desesperanza a la que contribuyen estos profetas del odio.

Por eso, llegando al Bicentenario de esta bendita tierra que nos ha tocado en suerte, les cabe a los docentes, a los periodistas y a los intelectuales, pero muy especialmente a los padres, la enorme responsabilidad de revertir este proceso de manoseo vil del pasado y rescatar la apasionante moraleja ética y épica de la historia argentina con la madurez que ofrece el tiempo, la verdad que revela la ciencia histórica, la indulgencia que exige la responsabilidad social y el respeto que impone el amor a nuestra tierra.

No se trata de elaborar panegíricos ciegos ni listas de réprobos y elegidos, porque nadie es perfecto, ni en la Argentina ni en ninguna parte del mundo, sino de aprender a distinguir lo valioso de lo olvidable en cada personaje y su conducta, lo que nos enorgullece y debemos recordar de lo que conviene descartar y no repetir.

Más que libros superficiales de rápida venta, se requieren manuales sencillos que exalten a niños y jóvenes de entusiasmo y esperanza, relatándoles las proezas de aquellos prohombres que sobran en la historia argentina, muchos de ellos de celebridad internacional y cuya lectura llene los ojos de lágrimas a maestros y alumnos en las aulas, tanto como a padres y a hijos antes de dormir.

Si los adultos argentinos nos abocáramos a quitar el tizne con que los incendios iconoclastas han oscurecidos los bustos de nuestros próceres, descubriríamos para las jóvenes generaciones de argentinos el mármol glorioso de la noble estirpe que descansa en el Walhalla argentino aguardando a ser convocada una vez más al servicio de la patria.

© LA NACION El autor es diplomático de carrera, especializado en política exterior cultural. Publicado en La Nación impresa el sábado 5 de mayo de 2010.

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