sábado, 29 de julio de 2017

Eduardo García-Mansilla. La revolución rusa contada por argentinos.

LOS INFORMES DIPLOMÁTICOS CONFIDENCIALES ENVIADOS A LA CANCILLERÍA

Eduardo García-Mansilla
1871-1930
La Asociación Profesional del Cuerpo Permanente del Servicio Exterior de la Nación a  publicado un libro titulado: "Una visión argentina de la Revolución Rusa" cuyo autor es Guillermo Stamponi, en el que se hacen públicos por primera vez, distintos informes reservados y confidenciales en los que los diplomáticos acreditados en Rusia relatan los hechos que desembocaron en la caída del zar Nicolás II remitidos a la Cancillería argentina entre 1905 y 1918.

La obra se divide en cuatro partes. La primera menciona los hechos salientes de la Revolución Rusa, su contexto internacional y la repercusión que ésta y la figura del zar Nicolas II tuvieron en la prensa argentina.  En la segunda, se abordan las relaciones con Rusia hasta 1930. La tercera y principal reúne los informes enviados a la Cancillería Argentina, por el Cónsul General en Rusia Eduardo García-Mansilla ; por el Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Rusia, Gabriel Martínez Campos y por Daniel García-Mansilla, Ministro Plenipotenciario en la Santa Sede. En la cuarta, se plantea y analiza la actuación del Canciller de la legación argentina en Petrogrado Pedro Naveillan. El autor concluye con palabras finales seguidas de un apéndice con síntesis biográficas de los autores de los informes.

El libro editado, contiene ventisiete (27) informes  muy interesantes del Cónsul General Eduardo García-Mansilla, quién representó a nuestro país ante el gobierno imperial ruso durante más de una década. Residió y actuó oficialmente en San Petersburgo desde 1899 hasta 1912. Es nuestra intención dar a conocer algunos de los informes citados. Hoy comenzaremos por el informe de carácter confidencial enviado el 26 de enero de 1905.

SEÑOR MINISTRO:

Como tuve el honor de anunciarlo a S.S. el Sr. Sub-Secretario de ese Ministerio, en una Nota Confidencial, me veo obligado, en vista de la Censura, a remitir por la valija diplomática de la Embajada Francesa en San Petersburgo, una breve reseña de los últimos acontecimientos ocurridos en este Imperio.

El 6 de Enero ruso, fiesta de la Epifanía (19 de Enero del calendario gregoriano) uno de los cañones de la Fortaleza San Pedro y San Pablo, desde la cual se tiraban las 101 salvas reglamentarias, disparó una media descarga que ocasionó estragos en el Pabellón de donde S.M. el Zar presenciaba la ceremonia religiosa, con el alto clero, rodeado de los grandes duques, descarga que mató a un vigilante e hirió a dos o tres personas, cayendo algunas balas a los pies del Emperador.

La versión oficial es la siguiente: Temiéndose una manifestación de los 40.000 obreros de las fábricas de Poutiloff, durante la ceremonia, se habían preparado algunos proyectiles de pequeño calibre, para dispersar a los manifestantes, en caso de hostilidades, y ocasionar la menor cantidad posible de muertos.

¿Cómo explicar que el Capitán Davidoff que mandaba las baterías, haya cometido el inaudito error de hacer tirar salvas con uno de los cañones destinados a intervenir contra los manifestantes?

He asistido, junto con mis demás colegas diplomáticos, a la Ceremonia de la Epifanía, y he visto a S.M. el Zar quien se dignó hablarme durante dos o tres minutos cuando el Círculo Diplomático que se verificó en el Palacio de Invierno, después de la bendición de las aguas del Neva, y puedo asegurar a V.E. que S.M. el Emperador y las dos Emperatrices a las que también tuve la honra de presentar mis respetos, parecían sumamente inquietos, aunque reaccionasen enérgicamente contra su emoción.

Palacio de invierno en San Petersburgo, Rusia

El sumario se prosigue, y la opinión general es que no se trata de un atentado, sino de una inadvertencia. Parece que S.M. el Zar, al preguntar quién mandaba el tiro y al saber que era el Capitán Davidoff, exclamó: “¡Lo siento mucho, pues le quiero! ¡Pobre Davidoffl!”. Este oficial fue compañero del Emperador cuando S.M. era Cesarevitch; ambos sirvieron en el mismo regimiento.

Es en medio de semejantes circunstancias, Señor Ministro, que el Emperador me expresó su sincera gratitud hacia el Exmo. Señor Presidente de la República, por el obsequio de la reducción en bronce de la estatua del Cristo Redentor, que pocos días antes, hice llegar a su alto destinatario. Solo la extraordinaria palidez de S.M. el Zar, revelaba las angustias que lo atormentaban durante el referido Círculo Diplomático. Las Emperatrices, y especialmente la Emperatriz reinante, no lograban sin embargo, ocultar su justificada inquietud.

La continuación de los acontecimientos parece indicar que aquella salva haya sido efecto de un atentado y no de una inadvertencia, pero la lógica no preside siempre a las cosas de la vida y forzoso es reconocer que el argumento de la puntería (a favor del atentado) no es concluyente, ya que todos los cañones apuntan reglamentariamente en dirección al pabellón imperial, mientras que el argumento (en contra del atentado) merece tomarse en cuenta, sin que tampoco sea concluyente: “No se habría tirado con tan pequeño proyectil, al quererse atentar a la vida de S.M. el Zar quien se encontraba a más de media milla de la fortaleza, en la otra orilla del Neva”. A esto, contesto que el proyectil mató a un vigilante e hirió a dos personas que se encontraban muy cerca del Soberano...

Zar Nicolas II de Rusia
1868-1918
Volviendo a lo que indico más arriba al hablar de la lógica de los acontecimientos, llamo la atención de V.E. sobre la huelga general que se produjo en San Petersburgo, Moscú y Reval etc..., tres días después del día de la Epifanía. Es imposible no asociar la idea de un atentado, con las serias manifestaciones anti-gubernamentales del pueblo ruso. Sin embargo, se confirma hoy que la versión del atentado, no es exacta.

Hay que confesar, Señor Ministro, pues un agente diplomático ha de poder decir el fondo de su pensamiento a su gobierno, en un carácter estrictamente confidencial y con las precauciones del caso (esta nota no será copiada en los libros de la Legación), hay que confesar, digo, que la versión de una inadvertencia hace muy poco favor a los rusos, por su facilidad de recidiva en semejantes accidentes.

Se comprenden los comentarios del pueblo ruso acerca de la fatalidad que pesa sobre este país y que se cierne sobre el Emperador con una desesperante persistencia: 1) Nicolás II, cuando Cesarevitch, fue herido por un japonés fanático, durante el viaje que el soberano hizo a Extremo Oriente; 2) cuando su coronación que tuvo lugar el día de la “Fiesta del Pueblo”, Nicolás II asistió al destrozo de miles de sus súbditos en Moscú; 3) ahora, el Japón ha declarado la guerra al Zar, y el día de la “Fiesta de los Reyes” sus cañones tiran contra el Emperador. La superstición rusa señala también otra coincidencia: el mismo día del bautismo del Cesarevitch en Peterhoff, el año pasado, los japoneses destruían al acorazado Cesarevitch.

Toda superstición o poesía a un lado, forzoso es confesar, Señor Ministro, que la desorganización e imprevisión más absolutas reinan en este Imperio, a consecuencia del régimen granducal que consiste en nombrar al frente de las administraciones del Estado, a grandes duques, tíos, primos o parientes del Emperador, los que resultan incapaces de dirigir los ministerios o servicios que se les confían, gozando estos grandes duques de los sueldos inherentes a dichas posiciones, sin tener una responsabilidad directa en los errores que se cometen a consecuencia de sus órdenes inexperimentadas.

El Director de la Artillería, verbi gratia, es el Gran Duque Sergio Mikhailovitch, quien no entiende absolutamente, según parece, de artillería. En realidad, es sobre Su Alteza Imperial que pesa la mayor responsabilidad en el asunto de la salva del Día de los Reyes.

El espíritu del pueblo ruso reacciona contra este estado de cosas: la clase obrera, los estudiantes, los burgueses aspiran a un cambio radical, es decir a una “Constitución” o a algo equivalente.
Una huelga general como la que se acaba de producir no es una protesta económica, sino una manifestación política bien definida.

Por muy exageradas que resulten las informaciones de los periódicos en general, especialmente de la prensa inglesa, es sin embargo exacto que, desde el Domingo último 22 de Enero, los obreros de San Petersburgo y un pueblo numeroso (cien mil personas) han manifestado por medio de un “meeting” delante del Palacio Imperial sus ideas liberales y sus aspiraciones a un cambio social y político en Rusia. Pero esta manifestación no tiene un carácter tan pacífico como lo pretenden los periódicos: basta leer la segunda parte de la petición al Emperador.

Por cierto, los obreros, al principio, se portaron con grande moderación, pero no puedo decir otro tanto del bajo pueblo que los acompañaba.

V.E. conoce el texto de la referida petición, encabezada por el sacerdote ruso Gapony, y es imposible aprobar la forma en que el pueblo manifiesta al Emperador su opinión respecto de la guerra.

Con toda imparcialidad, y dada la opinión que pude formarme en estos días (hoy, ya la ciudad ha tomado casi su aspecto normal) debo manifestar a V.E. que la tropa rusa es del todo inexperimentada para resistir como es debido a una rebelión como la que se produjo. Digo “como es debido” pues mi convicción es que, en estos casos, hay que matar lo menos posible. No debieron los soldados tirar contra el pueblo, y si quizás se vieron obligados a hacerlo (es posible porque la plebe fue muy hostil) los cañones no debieron intervenir.

Lo que sucedió, es también debido a la falta de previsión por parte de la policía imperial: el servicio de bomberos hubiera bastado para regar a la muchedumbre, dispersándola, sin ocasionar las muertes que hoy se deploran.

Las cifras que al respecto dan los periódicos son muy exageradas, y las del Boletín Oficial Ruso, inferiores a la realidad. La opinión imparcial calcula 500 muertos y dos mil heridos. Así mismo, es enorme. Por otra parte, es evidente que dada la imprevisión más arriba indicada, el único recurso fue movilizar los regimientos de Reval y de San Petersburgo. No se veía policía por las calles, o casi ninguna; el servicio que a este cuerpo corresponde, en semejantes casos, era hecho por patrullas de soldados, los que, a falta de una buena organización policial intervinieron de la manera criticable que se sabe. Los cañonazos tienen poca excusa.

Un gran personaje ruso con quien cultivo una excelente amistad, me decía ayer: “Napoleón I° afirmaba que Luis XVI hubiera evitado la Revolución Francesa si, en vez de mandar abrir las puertas del Palacio Real de Versalles, hubiese ordenado se tirasen tan sólo dos cañonazos sobre el pueblo”. Este recuerdo de un dicho de Napoleón, en estos momentos, refleja la opinión del Gobierno Ruso respecto de las medidas violentas adoptadas contra los revolucionarios. El hecho es que, en tres días, se restableció una calma aparente en San Petersburgo, pero considero el porvenir con la mayor inquietud. La situación no puede ser más grave: no ocultaré a V.E. la impopularidad creciente de S.M. el Emperador y de la Familia Imperial.

El último nombramiento del General Trépoff para Gobernador de San Petersburgo, ha contribuido todavía más a acentuar esta impopularidad: Trepoff es considerado como el defensor de las ideas retrógradas y el partidario decidido del Zarismo y del granduquismo: es un hombre odiado universalmente en Rusia. Este nombramiento determinará la renuncia del Ministro del Interior el Príncipe Watopolski-Mirski, personaje liberal que será probablemente reemplazado por el Príncipe Molensky, otro conservador.

Hasta la fecha, los revolucionarios no habían resuelto la muerte del Emperador, ahora es cosa decidida, y encaro la situación con la mayor angustia. También se designaron otras víctimas, en primer lugar al General Trepoff y a los Grandes Duques Vladimir, Alexis y Sergio.

Solo quizás, el Sr. de Witte, actual Presidente del Comité de Ministros, podría salvar la situación, pero no es persona del todo grata para el Emperador.

Hoy, algunos obreros han vuelto a su trabajo, después de la promesa del Gobierno Imperial de examinar su solicitud, pero no hay que ilusionarse respecto al apaciguamiento del movimiento revolucionario en Rusia.

En lo concerniente a la vida de San Petersburgo, durante esta última semana, los diarios franceses e ingleses han dicho la verdad: estuvimos sin diarios rusos, y a veces sin luz eléctrica; numerosas patrullas circulaban por las calles, y los teatros estuvieron cerrados durante cuatro días, pero ningún día resultó interrumpida por más de dos horas la circulación en los barrios principales de la ciudad, lo que prueba que las tropas aterrorizaban a los manifestantes; todas las tiendas y negocios resolvieron cerrar sus vidrieras, y más son los estragos causados por los tiroteos de los soldados que por las hostilidades de los manifestantes.

S.M. el Emperador ha perdido desgraciadamente una buena oportunidad de reconquistar su popularidad, al rehusar venir de Tsarskve Selo a San Petersburgo para recibir la delegación de los obreros pidiendo reformas urgentes de su condición legal, de acuerdo con las promesas del Manifiesto Imperial del 25 de Mayo 1904 que oportunamente comuniqué a V.E.

Este movimiento revolucionario en Rusia, no es determinado solamente por el descontento de la clase obrera, sino también por la triste situación de las poblaciones rurales cuya suerte es íntimamente ligada a la de los obreros.

La clase obrera es de creación reciente en el Imperio. Esta vasta comarca agrícola, cuyo subsuelo es sin embargo tan fecundo en riquezas, no poseía, treinta años ha, industria digna de mencionarse. Un prodigioso esfuerzo, debido en gran parte, a la iniciativa del precitado Señor de Witte, y basado en la protección de los derechos, ha creado de una vez la industria rusa. El capital francés especialmente y el dinero extranjero, en general, dotó a este país con fábricas y astilleros. Las cifras siguientes darán a V.E. la idea del camino recorrido: En 1889, no habían en Rusia sino 28.000 kilómetros de caminos de hierro; en 1902 contábanse: 61.000. En 1892, el rendimiento de las usinas y fábricas se calculaba en: 1.010 millones de rublos; en 1897 alcanzaba a: 1.816 millones. En 1880, extraíanse 3.216.000.010 kilogramos de hulla; en 1894 las cifras son de: 8.648.000.000 kilogramos. Cierto es que estas creaciones apresuradas han dado muchas decepciones. En materia industrial, como para todo lo demás, el desarrollo del Estado Ruso está más adelantado que el estado social de la nación.

Fue preciso improvisar una población obrera. Como en todas partes, el campo proveyó esta mano de obra. Mas ni el desarrollo intelectual, ni la constitución social son aptas a preparar el “moujick” (aldeano) para un papel industrial. La insuficiencia de su instrucción era el primer obstáculo: la masa inculta de los aldeanos no puede producir obreros hábiles ni contramaestres experimentados. La organización comunal presentaba otro inconveniente para la formación de una clase obrera, pues el aldeano ruso vive bajo el régimen de la colectividad. La tierra, propiedad de la comuna o “mir”, es repartida, a intervalos fijos, y según sistemas variables, entre los jefes de familias o trabajadores, los que por contraparte se hallan, respecto de la comuna, colocados en la más estricta dependencia. La comuna, responsable colectivamente del pago de las tasas y gastos o más bien dicho de contribuciones territoriales, ejerce sobre ellos un control del que no pueden librarse y que los persigue por todas partes.

Se ha dicho mucho bien y mucho mal del “mir’: Algunos han visto, en el régimen de la propiedad colectiva (asegurando tierras a todos los habitantes) el medio de evitar el peligro del proletariado agrícola. Otros, al contrario, pretenden que crea un obstáculo a todos los progresos. La verdad, sin duda, es que el régimen de la propiedad colectiva responde hasta cierto punto al estado actual de la clase rural en este Imperio. El Sr. de Witte dice que se podría favorecer lentamente una evolución hacia el sistema de la propiedad individual, pero sin destruir bruscamente una institución tradicional.

Por lo que al obrero respecta, los inconvenientes de esta legislación son más aparentes. La gran mayoría de los trabajadores de las fábricas forma algo como una clase especial, sin equivalente en ningún país del mundo, y que continúa a estar íntimamente ligada a su aldea natal. El obrero, en general, sigue siendo miembro de la comuna donde su familia continúa residiendo. Posee una parte de la tierra y carga con algunas de las responsabilidades comunales. El patrón le da casa y comida, pero el obrero se ausenta durante las fiestas, las ferias, y va al trabajo de verano. Poco se apega al taller, y no adquiere sino una mediocre habilidad en su oficio. Resulta que a pesar de las 12 horas de trabajo y a veces más que produce el obrero ruso, su trabajo es muy deficiente. Su salario, por contra, es módico. Varía entre 110 y 600 rublos al año, o sea 1 franco 5,30 al día, por lo general alcanza a un rublo (2,65). Debo advertir a V.E. que las condiciones muy particulares del trabajo, así como la extrema sencillez de las costumbres y el precio insignificante de la vida material, agregadas a los hábitos de los obreros que por la práctica del “mir” están acostumbrados al colectivismo y a vivir en común en pequeñas asociaciones, no permiten compararse estos salarios con los de los obreros de otros países.

Resumiendo, es evidente que la clase obrera, de formación reciente, está en una situación transitoria, poco adecuada a las condiciones de la industria moderna, a pesar de que se haya pretendido que el mantenimiento de las obligaciones del “mir” favorecía al obrero, al ligarlo a su aldea, asegurándole un refugio en su tierra natal. La evolución se produce rápidamente, y el Gobierno Imperial deberá facilitarla, al librar poco a poco al aldeano de las obligaciones que lo ligan a su comuna, dificultando su emigración. La creación de seguros es una medida indispensable también para la protección del trabajo.

Por otra parte, la suerte del aldeano, en las regiones septentrionales de la Rusia, donde la esterilidad de la tierra asimila esta clase a verdaderos proletarios agrícolas, pues el monto de las contribuciones sobrepasa el producto de dicha tierra, constituye un grave problema en Rusia del cual el Gobierno Imperial deberá ocuparse sin demora. El lote de tierra concedido por el “mir”, lejos de ser una ventaja, es una carga que el aldeano procura evitar, huyendo de la comuna. Los procedimientos de cultivo son primitivos, los medios de comunicación hacen falta y la instrucción primaria así como la profesional casi no existe.

Este es el triste cuadro interior que ofrece la Rusia, social y políticamente, bajo el deplorable régimen burocrático en vigor.

Tengo el honor de reiterar a V.E. las seguridades de mi más alta consideración y aprecio.


A Su Excelencia,

el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina,
Buenos Aires.

FUENTE: AMRECIC, Diplomática y Consular, Sección Asuntos Políticos, año 1905, caja 887.

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